Lo primero quiero
agradecer al Centro de Escultura, Museo
Antón de Candás, la invitación para estar aquí.
Sobre todo quiero darle
las gracias a Dolores, la directora,
que ha estado pendiente de todo con una atención, cuidado, trabajo y delicadeza
ejemplares; no hay detalle que se le haya escapado. Así que todos los aciertos
deben atribuírsele a Dolores y todos los errores a mi insistencia en acumular
tantas obras. También agradezco la ayuda de Cristina y de José que ayudaron en
todo.
De alguna manera
también tenemos que acordarnos de Antón
y de sus obras expuestas en el piso de arriba, confiemos en que puedan convivir
con estas que se salen de la madera, del
mármol, de la piedra y del bronce.
Quiero agradecerle el
trabajo y la dedicación a mi amigo Omar
Ramos, que ha hecho fotos, escrito un texto, maquetado el catálogo y me ha
ayudado en todo desde hace años. Gracias Omar.
Supongo que será
conveniente explicar el título,
“Preludio del aire”. Procede de Platón,
cuando decía que “las matemáticas son el preludio del aire que hay que
respirar”. Pero que nadie se asuste, en esta exposición seremos más
nietzscheanos que platónicos y más vitalistas que idealistas.
La primera y última
pretensión de estas obras es inspirar alegría,
contento, dicha, felicidad, placidez, gozo, desahogo, júbilo, placer,
entusiasmo, euforia, deleite, complacencia, satisfacción, agrado y algo de
bienestar. ¡Casi nada!
Y también algo de equilibrio y de juego.
Le decía ayer a mi
amiga Elena que aquí se exponían
esculturas y pinturas, en teoría para exponerse a la sensibilidad y al juicio
de los demás, en la práctica para hacer el ridículo completamente. Es decir que
estoy expuesto por todas partes.
Hay tres grandes
artistas y escultores vivos a los que admiro profundamente, Herminio con sus equilibrios magnéticos
imposibles, Tadanori Yamaguchi con
su trabajo infatigable para hacer hablar al mármol y a las piedras (y que está
tan bien representado en este museo) y Alfonso
Pire, con su búsqueda implacable de la verdad escultórica; Alfonso es
también mi compañero, confidente y amigo
en estas tareas y dudas escultóricas. Los tres son trabajadores infatigables
con una dedicación absoluta a su pasión escultórica. Gracias a los tres por el
ejemplo y por esas obras magníficas.
Creo que es necesario y
conveniente agradecer todo lo que ha hecho y hace posible que estas obras
existan.
Está claro, lo que hago
no sería posible sin la escultura cinética, sin esa corriente inaugurada-creada-descubierta
por Alexander Calder, alguien que
podía afirmar sin confundirse que: "Cuando todo sale bien, un móvil es una
poesía que baila con la alegría de la vida y sus sorpresas".
Tampoco se podría
realizar sin las mejores aportaciones de las vanguardias históricas que nos han dejado maravillas como el
cubismo, el futurismo, el surrealismo, el arte cinético, la abstracción, el
suprematismo, el constructuvismo, la abstracción geométrica, el expresionismo
abstracto, la pintura matérica.
Ni sin los grandes artistas de la historia como Fray Angélico, Botticcelli,
Leonardo, Miguel Ángel, Durero, El Bosco, Brueguel, Lucas Cranach, Velázquez, Friedrich,
Van Gogh, Gauguin, Picasso, Miró, Tàpies, Mondrian, Agnes Martin, Chillida,
Herminio, Le Corbusier, Oscar Niemeyer.
Sin olvidarme de Juan Sebastián Bach, Haendel, Vivaldi, Philip Glass y Pink
Floyd. Cervantes, Borges, Italo Calvino, Cortázar. Heráclito, Michel Onfray y
también Luis Landero y Gustavo Martín Garzo. Es decir, que estamos
“subidos a hombros de gigantes”.
Todo dentro del
vitalismo optimista de la filosofía del mediodía de Nietzsche, en su Así habló
Zaratustra, y cuando escribía "El arte es esencialmente afirmación,
bendición, divinización de la existencia... ¿Qué significa un arte
pesimista?... ¿No es una contradicción? -Sí."
Y mejor aun cuando
Nietzsche decía en su Zaratustra que
“También a mí,
que soy bueno con la vida, me parece que quienes más saben de felicidad son las
mariposas y las burbujas de jabón, y todo lo que entre los hombres es de su
misma especie.”
Antonio Machado lo decía de otra manera, “yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y
gentiles, como pompas de jabón”.
Siempre en la
filosofía más alegre y en la alegría más humana.
Recordando ese
proverbio africano que dice: “Todo aquel
que encuentra la belleza y no la mira, pronto será pobre”. Esperemos seguir
siendo ricos toda la vida, como Nacho, con su primer millón de visitas a su
página fisquiweb.
Queremos hacer un
homenaje a la ligereza y la levedad frente a lo pesado (Richard Serra). Y que conste que me gustan las obras de Serra, pero
menos que las de Calder.
Sin olvidarnos de Heráclito (con el que tan a gusto se
sentía Nietzsche), de Demócrito y de todos los presocráticos, de Platón, de
Aristóteles, de Epicuro, de Descartes y Espinosa, de Nietzsche y de
Wittgenstein.
Siempre en el marco de
un hedonismo estético que pretende
que cada obra sea de alguna manera una fiesta alegre para todos, que no añada
más dolor al mundo y que también quiere ser un hedonismo cinético y utópico.
Contando con los espacios abiertos por
las vanguardias "tratables" (Arthur
Danto), agradables y que no provoquen el rechazo inmediato del espectador.
Se pueden hacer experimentos que no sean desagradables, intratables, ásperos,
inaguantables.
Siempre dentro de las
coordenadas que definen que lo mejor que podemos obtener de cualquier cosa es
alegría (Espinosa, Fernando
Savater...).
Sin perder de vista que muchas veces hay que rendirse a la evidencia y reconocer que el mejor
escultor es el mar, como decía Henry
Moore... o la erosión del viento y las lluvias en las rocas... o que las
mejores esculturas son los árboles o los anillos de Saturno...
Sin olvidarse de que,
en el peor de los casos, una escultura "es aquello con lo que tropiezas
cuando te alejas para ver una pintura" (Barnet Newman).
Y muchas veces sin justificaciones,
aunque si alguien nos pide más razones siempre podremos decir en nuestra
defensa que: "Yo no entiendo casi nada, pero comparto el azul, el amarillo
y el viento" (Eduardo Chillida).
Sin llegar a formar parte del infierno del mundo.
Por eso hay que atender a lo que decía Italo Calvino al final de su
libro Las ciudades invisibles. Esa
forma de vivir: “exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber
reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar,
y darle espacio.”
En este sentido no quiero olvidarme del fotógrafo James Nachtwey cuando, con motivo de la concesión del Premio
Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2016 dijo en el Centro Niemeyer:
“No solo hay que vender, también hay que dar”.
Sin olvidarnos de que la última razón es una pasión inexplicable, como
cuando George Mallory, en 1923, al
ser preguntado por el motivo de su ascensión al Everest, le contestó a un
periodista: “porque está ahí”. Del mismo modo se podría decir que algunos nos
dedicamos a la escultura y a la pintura porque están ahí, porque suponemos que
todavía no están agotadas, porque creemos -con fundamento o no- que se pueden
seguir recorriendo, porque no podemos evitarlo. Y porque las montañas también
son inmensas esculturas.
Y hacer todo sin seguir las advertencias de los inquisidores. Galileo decía: “Eppur si muove” (Y, sin
embargo, se mueve). Se mueven las esculturas, se bajan de los pedestales y
pueden volar y expandirse y los tiempos cambian y todo fluye (Heráclito).
No es cierto, por tanto, aquello que en tono irónico Albert Boadella y Els Joglars decían en su obra de teatro
Daaalí”: “Lo mínimo que se le puede
pedir a una escultura es que se esté quieta”. No, la escultura hace mucho que
se mueve, que tiene motivos para moverse, que está inquieta y no es fácil que
vaya a detenerse.
Seguimos en expansión y hacia arriba. Es decir, que algunos soñamos
humildemente con llenar -si es que eso es posible- ciertos espacios que creemos
que están algo vacíos, sean entradas de grandes edificios públicos
(ayuntamientos, museos, universidades, hospitales, aeropuertos, hoteles, iglesias,
catedrales), todos esos espacios de lujo que nos ofrece la mejor arquitectura.
Agradeciendo lo que señaló Simone
Weil en su libro La gravedad y la gracia.
Si la inspiración y las musas lo permiten, si el duende aparece, si la gracia
se muestra… entonces se puede vencer la gravedad, alcanzar la ligereza, la
inocencia y la levedad.
Y siempre con la pretensión de ordenar el caos, de serenar el aire, de calmar
a los furiosos, porque solo la alegría debe ser volcánica.
No quiero olvidarme de Lorca,
cuando decía en su obra El Público: “Yo conocí a un hombre que barría su tejado
y limpiaba claraboyas y barandas solamente por galantería con el cielo”. Ese
hombre era Calder.
Y al final tengo que decir que vamos a poner en la salida un Libro de Reclamaciones para aquellos
que se sientan decepcionados con estos artefactos. Esperamos que reclamen pocos
y que no exijan demasiado.