viernes, 8 de marzo de 2019

La inauguración de la exposición de Candás


Lo primero quiero agradecer al Centro de Escultura, Museo Antón de Candás, la invitación para estar aquí.

Sobre todo quiero darle las gracias a Dolores, la directora, que ha estado pendiente de todo con una atención, cuidado, trabajo y delicadeza ejemplares; no hay detalle que se le haya escapado. Así que todos los aciertos deben atribuírsele a Dolores y todos los errores a mi insistencia en acumular tantas obras. También agradezco la ayuda de Cristina y de José que ayudaron en todo.

De alguna manera también tenemos que acordarnos de Antón y de sus obras expuestas en el piso de arriba, confiemos en que puedan convivir con estas que se salen  de la madera, del mármol, de la piedra y del bronce.

Quiero agradecerle el trabajo y la dedicación a mi amigo Omar Ramos, que ha hecho fotos, escrito un texto, maquetado el catálogo y me ha ayudado en todo desde hace años. Gracias Omar.

Supongo que será conveniente explicar el título, “Preludio del aire”. Procede de Platón, cuando decía que “las matemáticas son el preludio del aire que hay que respirar”. Pero que nadie se asuste, en esta exposición seremos más nietzscheanos que platónicos y más vitalistas que idealistas.

La primera y última pretensión de estas obras es inspirar alegría, contento, dicha, felicidad, placidez, gozo, desahogo, júbilo, placer, entusiasmo, euforia, deleite, complacencia, satisfacción, agrado y algo de bienestar. ¡Casi nada!

Y también algo de equilibrio y de juego.

Le decía ayer a mi amiga Elena que aquí se exponían esculturas y pinturas, en teoría para exponerse a la sensibilidad y al juicio de los demás, en la práctica para hacer el ridículo completamente. Es decir que estoy expuesto por todas partes.

Hay tres grandes artistas y escultores vivos a los que admiro profundamente, Herminio con sus equilibrios magnéticos imposibles, Tadanori Yamaguchi con su trabajo infatigable para hacer hablar al mármol y a las piedras (y que está tan bien representado en este museo) y Alfonso Pire, con su búsqueda implacable de la verdad escultórica; Alfonso es también mi compañero, confidente y  amigo en estas tareas y dudas escultóricas. Los tres son trabajadores infatigables con una dedicación absoluta a su pasión escultórica. Gracias a los tres por el ejemplo y por esas obras magníficas.

Creo que es necesario y conveniente agradecer todo lo que ha hecho y hace posible que estas obras existan.

Está claro, lo que hago no sería posible sin la escultura cinética, sin esa corriente inaugurada-creada-descubierta por Alexander Calder, alguien que podía afirmar sin confundirse que: "Cuando todo sale bien, un móvil es una poesía que baila con la alegría de la vida y sus sorpresas".

Tampoco se podría realizar sin las mejores aportaciones de las vanguardias históricas que nos han dejado maravillas como el cubismo, el futurismo, el surrealismo, el arte cinético, la abstracción, el suprematismo, el constructuvismo, la abstracción geométrica, el expresionismo abstracto, la pintura matérica.

Ni sin los grandes artistas de la historia como Fray Angélico, Botticcelli, Leonardo, Miguel Ángel, Durero, El Bosco, Brueguel, Lucas Cranach, Velázquez, Friedrich, Van Gogh, Gauguin, Picasso, Miró, Tàpies, Mondrian, Agnes Martin, Chillida, Herminio, Le Corbusier,  Oscar Niemeyer. Sin olvidarme de Juan Sebastián Bach, Haendel, Vivaldi, Philip Glass y Pink Floyd. Cervantes, Borges, Italo Calvino, Cortázar. Heráclito, Michel Onfray y también Luis Landero y Gustavo Martín Garzo. Es decir, que estamos “subidos a hombros de gigantes”.

Todo dentro del vitalismo optimista de la filosofía del mediodía de Nietzsche, en su Así habló Zaratustra, y cuando escribía "El arte es esencialmente afirmación, bendición, divinización de la existencia... ¿Qué significa un arte pesimista?... ¿No es una contradicción? -Sí."
Y mejor aun cuando Nietzsche decía en su Zaratustra que “También a mí, que soy bueno con la vida, me parece que quienes más saben de felicidad son las mariposas y las burbujas de jabón, y todo lo que entre los hombres es de su misma especie.”
Antonio Machado lo decía de otra manera, “yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles, como pompas de jabón”.

Siempre en la filosofía más alegre y en la alegría más humana.

Recordando ese proverbio africano que dice: “Todo aquel que encuentra la belleza y no la mira, pronto será pobre”. Esperemos seguir siendo ricos toda la vida, como Nacho, con su primer millón de visitas a su página fisquiweb.

Queremos hacer un homenaje a la ligereza y la levedad frente a lo pesado (Richard Serra). Y que conste que me gustan las obras de Serra, pero menos que las de Calder.
Sin olvidarnos de Heráclito (con el que tan a gusto se sentía Nietzsche), de Demócrito y de todos los presocráticos, de Platón, de Aristóteles, de Epicuro, de Descartes y Espinosa, de Nietzsche y de Wittgenstein.

Siempre en el marco de un hedonismo estético que pretende que cada obra sea de alguna manera una fiesta alegre para todos, que no añada más dolor al mundo y que también quiere ser un hedonismo cinético y utópico.

Contando con los espacios abiertos por las vanguardias "tratables" (Arthur Danto), agradables y que no provoquen el rechazo inmediato del espectador. Se pueden hacer experimentos que no sean desagradables, intratables, ásperos, inaguantables.

Siempre dentro de las coordenadas que definen que lo mejor que podemos obtener de cualquier cosa es alegría (Espinosa, Fernando Savater...).

Sin perder de vista que muchas veces hay que rendirse a la evidencia y reconocer que el mejor escultor es el mar, como decía Henry Moore... o la erosión del viento y las lluvias en las rocas... o que las mejores esculturas son los árboles o los anillos de Saturno... 

Sin olvidarse de que, en el peor de los casos, una escultura "es aquello con lo que tropiezas cuando te alejas para ver una pintura" (Barnet Newman).

Y muchas veces sin justificaciones, aunque si alguien nos pide más razones siempre podremos decir en nuestra defensa que: "Yo no entiendo casi nada, pero comparto el azul, el amarillo y el viento" (Eduardo Chillida).

Sin llegar a formar parte del infierno del mundo. Por eso hay que atender a lo que decía Italo Calvino al final de su libro Las ciudades invisibles. Esa forma de vivir: “exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.”

En este sentido no quiero olvidarme del fotógrafo James Nachtwey cuando, con motivo de la concesión del Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2016 dijo en el Centro Niemeyer: “No solo hay que vender, también hay que dar”.

Sin olvidarnos de que la última razón es una pasión inexplicable, como cuando George Mallory, en 1923, al ser preguntado por el motivo de su ascensión al Everest, le contestó a un periodista: “porque está ahí”. Del mismo modo se podría decir que algunos nos dedicamos a la escultura y a la pintura porque están ahí, porque suponemos que todavía no están agotadas, porque creemos -con fundamento o no- que se pueden seguir recorriendo, porque no podemos evitarlo. Y porque las montañas también son inmensas esculturas.

Y hacer todo sin seguir las advertencias de los inquisidores. Galileo decía: “Eppur si muove” (Y, sin embargo, se mueve). Se mueven las esculturas, se bajan de los pedestales y pueden volar y expandirse y los tiempos cambian y todo fluye (Heráclito).

No es cierto, por tanto, aquello que en tono irónico Albert Boadella y Els Joglars decían en su obra de teatro Daaalí”: “Lo mínimo que se le puede pedir a una escultura es que se esté quieta”. No, la escultura hace mucho que se mueve, que tiene motivos para moverse, que está inquieta y no es fácil que vaya a detenerse.

Seguimos en expansión y hacia arriba. Es decir, que algunos soñamos humildemente con llenar -si es que eso es posible- ciertos espacios que creemos que están algo vacíos, sean entradas de grandes edificios públicos (ayuntamientos, museos, universidades, hospitales, aeropuertos, hoteles, iglesias, catedrales), todos esos espacios de lujo que nos ofrece la mejor arquitectura.

Agradeciendo lo que señaló Simone Weil en su libro La gravedad y la gracia. Si la inspiración y las musas lo permiten, si el duende aparece, si la gracia se muestra… entonces se puede vencer la gravedad, alcanzar la ligereza, la inocencia y la levedad.
Y siempre con la pretensión de ordenar el caos, de serenar el aire, de calmar a los furiosos, porque solo la alegría debe ser volcánica.

No quiero olvidarme de Lorca, cuando decía en su obra El Público: “Yo conocí a un hombre que barría su tejado y limpiaba claraboyas y barandas solamente por galantería con el cielo”. Ese hombre era Calder.

Y al final tengo que decir que vamos a poner en la salida un Libro de Reclamaciones para aquellos que se sientan decepcionados con estos artefactos. Esperamos que reclamen pocos y que no exijan demasiado.